Sembrando letras
Los diez higos y la profecía
LOS DIEZ HIGOS Y LA PROFECÍA
Había una vez un pobre hombre llamado Tefen que
apenas ganaba lo suficiente para sobrevivir. Era un mercader que vendía las
telas que él mismo tejía con cáñamo a los campesinos y campesinas del pequeño
pueblo donde vivía y alrededores.
Tefen vivía en el
campo en una pequeña cabaña que había construido. Disponía de un trozo de
tierra y a su alrededor levantó un pequeño muro colocando unas piedras sobre
las otras. Con el paso del tiempo, un día encontró que frente a su cabaña y
en un rincón brotó una diminuta higuera y pensó que aquello era un regalo del
dios Amón-Ra.
Fue pasando el
tiempo y la higuera creció y dio sus frutos deliciosos y jugosos. Tefen
estaba contento porque bajo aquella higuera descansaba a la sombra en los días
calurosos y los higos eran un exquisito alimento que comía acompañándose de
pequeñas tortitas de pan. Cada día, Tefen cogía los higos que necesariamente
necesitaba para comer, de esta manera le duraban más y al acabarse los
frutos, ya sólo tendría, nada más que pan para comer.
A pesar de las penurias
que pasaba día a día, alababa a Amón-Ra, pues era un hombre piadoso.
Cierto día de
invierno, cuando entraba a su casa después de regresar de realizar algunas
ventas, se dio cuenta que la higuera estaba cubierta de tersas hojas y
jugosos frutos. Se acercó y contó hasta diez higos, pero sobre ellos
sobresalía un higo enorme, desmesurado, colorado y bien maduro que parecía
que se caería por sí solo al suelo. Los otros higos, estaban más pequeños y menos
maduros. Todo parecía indicar que aquellos higos iban madurando de uno en uno.
Aquel hecho dejó a Tefen pensativo, y de inmediato trató de pedir consejo a
un escriba vecino suyo y que tenía fama de hombre prudente y sabio.
El escriba, después
de oír a Tefen, tomó la palabra y le dijo:
-
“Durante diez días seguidos llevarás al Faraón el
higo que haya madurado completamente y esté a punto para ser comido en aquel
mismo día, y el décimo día, tu destino se cumplirá”. Finalmente, sentenció: “El
bueno y el malvado serán colocados cada uno en su lugar”.
El mercader así lo
hizo. A la mañana siguiente, se dirigió al palacio y ante el faraón le entregó
el higo maduro y delicioso que había cogido aquel mismo día de su higuera. El
soberano se sintió complacido y se dignó a comérselo ante Feten. Con la exquisitez
de aquel fruto en su boca y que nunca antes había probado en invierno, el
Faraón, ordenó a su administrador que el tesorero lo recompensara
entregándole diez monedas de oro.
El mercader regresó
muy contento a su casa y así, continuo llevando diariamente los
raros y riquísimos higos al faraón. Cada día, Tefen era recompensado con diez
nuevas monedas de oro. Todo aquello despertó la envidia y celos de Anzad, que así era como se llamaba el
administrador, e ideó un plan para que cayera en desgracia.
Al día siguiente, Anzab,
disimulando su envidia, saludó cortésmente al mercader cuando llegó a
Palacio y le dijo:
-
Ciertamente has caído en gracia al Faraón, pues no
hace más que hablar de ti y tus excelentes higos. Pero a pesar de los
riquísimos y magníficos higos, seguramente comes demasiados ajos y el olor de
los ajos incomoda y molesta bastante al Faraón. Deberías cubrirte la cara con
un lienzo blanco al presentarte mañana ante él.
Ya en su cabaña, el
mercader se lamentó mucho haber comido tantos ajos y siguiendo el
consejo del administrador, se presentó ante el faraón con la boca y cuello
cubierto con un lienzo de lino y con el octavo de sus hermosos higos.
Intrigado el faraón, preguntó a Anzab:
-
¿Qué significaba el extraño atuendo que llevaba Tefen?
-
Señor –le dijo el administrador al oído–, este
hombre dice que no aguanta el olor de vuestro aliento que por poco le hace
desmayar… y si se tapa la boca con un lienzo es con el fin de no oler nada,
ya que de otra manera no podría hablar sin desvanecerse.
El faraón mordió y
saboreó deliciosamente y pensativo el
noveno higo y, después escribió con su propia letra una corta nota dirigida
al tesorero y se la entregó al mercader para que se la llevara personalmente.
Tras despedirse del Faraón, Tefen se fue en busca del tesorero mayor, pero el
administrador embargado por la codicia detuvo al mercader y le dijo:
-
El faraón lo ha pensado mejor y me ha enviado para
evitarte la molestia de cumplir el encargo de la carta que te ha dado para el
tesorero mayor. Así que entrégamela y yo mismo se la haré llegar al tesorero.
Anzab no
podía reprimir su alegría e impaciente, esperó la hora del alba para
presentarse ante las puertas de la tesorería real. En cuanto se abrió la
puerta el tesorero mayor recibió la misiva, y besó respetuosamente el sello
real. Luego rompió el sello y leyó la carta. Inmediatamente, mandó
hacer lo que ordenaba la carta, apresar y encerrar a su portador. El tesorero
levantó un dedo y dos soldados de la guardia acudieron presurosos, prendiendo al administrador mayor del
palacio y se lo llevaron para encerrarle en el calabozo.
Mientras tanto, en
el patio de las audiencias de palacio, el mercader llegaba como cada mañana,
muy contento con su décimo higo para entregar al faraón. Cuando el faraón lo vio, no podía dar crédito a
sus ojos, buscó con la mirada a Anzab, el administrador, pero por primera vez
en muchos años el administrador no se encontraba en su puesto, justamente en esos momentos, llegó el tesorero
mayor con una pequeña anotación en la mano.
El faraón bastante enfurecido,
increpó duramente al tesorero mayor porque no se habían cumplido sus órdenes.
El tesorero mayor aterrado se dirigió a su majestad le entregó la nota y le
comunicó que había cumplido sus órdenes al pie de la letra.
-
Esto es inaudito –declaró el faraón, no es el administrador a quien debías encarcelar,
sino al mercader.
El tesorero mayor
un tanto confundido y sin saber a ciencia cierta que estaba ocurriendo, fue
llevado aparte para ser interrogado, entonces contó lo sucedido al faraón y
dijo:
-
Salta a la vista que ese Anzab era un impostor, un
traidor mentiroso, un ladrón incorregible…. Pero todo está bien cuando bien
acaba.
El faraón se
dirigió al campesino y le expuso:
-
Ahora tú serás el nuevo administrador de mi
palacio.
El campesino se inclinó reverente a los pies
del soberano y mientras esto hacía murmuraba algunas palabras.
-
¿Qué andas refunfuñando?–preguntó su majestad, ¿No
estás satisfecho?
-
Reboso de satisfacción, oh Señor, pero mi cabeza estaba puesta en el escriba a
quien consulté cuando descubrí mi higuera con diez higos y predijo con gran
acierto el porvenir, ¡Bendigo su nombre, porque es grande su sabiduría! El
día en que lo consulté me aconsejó que ofreciera mis higos al Faraón, único
merecedor de tales delicias y me anunció que el décimo día, el bueno y el
malvado serían colocados cada uno en su lugar y he aquí que Anzab, el administrador
del palacio, ha sido encarcelado y que yo ocupo su sitio.
-
Todo está muy bien –replicó el Faraón, pero te estás olvidando de darme el décimo
higo.
Con gran rapidez, Tefen entregó al faraón el décimo y
último de los higos y lo disfrutó recreándose en su aroma y sabor.
Adaptación leyenda
del Antiguo Egipto
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario