miércoles, 12 de febrero de 2020

LOS DIEZ HIGOS Y LA PROFECÍA

Sembrando letras


Los diez higos y la profecía







LOS DIEZ HIGOS Y LA PROFECÍA



Había  una vez un pobre hombre llamado Tefen que apenas ganaba lo suficiente para sobrevivir. Era un mercader que vendía las telas que él mismo tejía con cáñamo a los campesinos y campesinas del pequeño pueblo donde vivía y alrededores.

Tefen vivía en el campo en una pequeña cabaña que había construido. Disponía de un trozo de tierra y a su alrededor levantó un pequeño muro colocando unas piedras sobre las otras. Con el paso del tiempo, un día encontró que frente a su cabaña y en un rincón brotó una diminuta higuera y pensó que aquello era un regalo del dios Amón-Ra.

Fue pasando el tiempo y la higuera creció y dio sus frutos deliciosos y jugosos. Tefen estaba contento porque bajo aquella higuera descansaba a la sombra en los días calurosos y los higos eran un exquisito alimento que comía acompañándose de pequeñas tortitas de pan. Cada día, Tefen cogía los higos que necesariamente necesitaba para comer, de esta manera le duraban más y al acabarse los frutos, ya sólo tendría, nada más que pan para comer.




A pesar de las penurias que pasaba día a día, alababa a Amón-Ra, pues era un hombre piadoso.

Cierto día de invierno, cuando entraba a su casa después de regresar de realizar algunas ventas, se dio cuenta que la higuera estaba cubierta de tersas hojas y jugosos frutos. Se acercó y contó hasta diez higos, pero sobre ellos sobresalía un higo enorme, desmesurado, colorado y bien maduro que parecía que se caería por sí solo al suelo. Los otros higos, estaban más pequeños y menos maduros. Todo parecía indicar que aquellos higos iban madurando de uno en uno. Aquel hecho dejó a Tefen pensativo, y de inmediato trató de pedir consejo a un escriba vecino suyo y que tenía fama de hombre prudente y sabio.

El escriba, después de oír a Tefen, tomó la palabra y le dijo:
-         “Durante diez días seguidos llevarás al Faraón el higo que haya madurado completamente y esté a punto para ser comido en aquel mismo día, y el décimo día, tu destino se cumplirá”. Finalmente, sentenció: “El bueno y el malvado serán colocados cada uno en su lugar”.

El mercader así lo hizo. A la mañana siguiente, se dirigió al palacio y ante el faraón le entregó el higo maduro y delicioso que había cogido aquel mismo día de su higuera. El soberano se sintió complacido y se dignó a comérselo ante Feten. Con la exquisitez de aquel fruto en su boca y que nunca antes había probado en invierno, el Faraón, ordenó a su administrador que el tesorero lo recompensara entregándole diez monedas de oro.

El mercader regresó muy contento a su casa y así, continuo  llevando  diariamente los raros y riquísimos higos al faraón. Cada día, Tefen era recompensado con diez nuevas monedas de oro. Todo aquello despertó la envidia y celos de Anzad,  que así era como se llamaba el administrador, e ideó un plan para que cayera en desgracia.

Al día siguiente, Anzab, disimulando su envidia, saludó cortésmente al mercader cuando llegó a Palacio y le dijo:
-      Ciertamente has caído en gracia al Faraón, pues no hace más que hablar de ti y tus excelentes higos. Pero a pesar de los riquísimos y magníficos higos, seguramente comes demasiados ajos y el olor de los ajos incomoda y molesta bastante al Faraón. Deberías cubrirte la cara con un lienzo blanco al presentarte mañana ante él.

Ya en su cabaña, el mercader se lamentó mucho haber comido tantos ajos y siguiendo  el consejo del administrador, se presentó ante el faraón con la boca y cuello cubierto con un lienzo de lino y con el octavo de sus hermosos higos. Intrigado el faraón, preguntó a Anzab:

-      ¿Qué significaba el extraño atuendo que llevaba Tefen? 
-      Señor –le dijo el administrador al oído–, este hombre dice que no aguanta el olor de vuestro aliento que por poco le hace desmayar… y si se tapa la boca con un lienzo es con el fin de no oler nada, ya que de otra manera no podría hablar sin desvanecerse.


El faraón mordió y saboreó deliciosamente y pensativo el noveno higo y, después escribió con su propia letra una corta nota dirigida al tesorero y se la entregó al mercader para que se la llevara personalmente. Tras despedirse del Faraón, Tefen se fue en busca del tesorero mayor, pero el administrador embargado por la codicia detuvo al mercader y le dijo:
-      El faraón lo ha pensado mejor y me ha enviado para evitarte la molestia de cumplir el encargo de la carta que te ha dado para el tesorero mayor. Así que entrégamela y yo mismo se la haré llegar al tesorero.

Anzab  no podía reprimir su alegría e impaciente, esperó la hora del alba para presentarse ante las puertas de la tesorería real. En cuanto se abrió la puerta el tesorero mayor recibió la misiva, y besó respetuosamente el sello real. Luego  rompió el sello y leyó la carta. Inmediatamente, mandó hacer lo que ordenaba la carta, apresar y encerrar a su portador. El tesorero levantó un dedo y dos soldados de la guardia acudieron presurosos,  prendiendo al administrador mayor del palacio y se lo llevaron para encerrarle en el calabozo.

Mientras tanto, en el patio de las audiencias de palacio, el mercader llegaba como cada mañana, muy contento con su décimo higo para entregar al faraón. Cuando  el faraón lo vio, no podía dar crédito a sus ojos, buscó con la mirada a Anzab, el administrador, pero por primera vez en muchos años el administrador no se encontraba en su puesto,  justamente en esos momentos, llegó el tesorero mayor con una pequeña anotación en la mano. 

El faraón bastante enfurecido, increpó duramente al tesorero mayor porque no se habían cumplido sus órdenes. El tesorero mayor aterrado se dirigió a su majestad le entregó la nota y le comunicó que había cumplido sus órdenes al pie de la letra.
-      Esto es inaudito –declaró el faraón,  no es el administrador a quien debías encarcelar, sino al mercader.



El tesorero mayor un tanto confundido y sin saber a ciencia cierta que estaba ocurriendo, fue llevado aparte para ser interrogado, entonces contó lo sucedido al faraón y dijo:
-      Salta a la vista que ese Anzab era un impostor, un traidor mentiroso, un ladrón incorregible…. Pero todo está bien cuando bien acaba.

El faraón se dirigió al campesino y le expuso:
-      Ahora tú serás el nuevo administrador de mi palacio.


El  campesino se inclinó reverente a los pies del soberano y mientras esto hacía murmuraba algunas palabras.
-       ¿Qué andas  refunfuñando?–preguntó su majestad, ¿No estás satisfecho?
-      Reboso de satisfacción, oh Señor,  pero mi cabeza estaba puesta en el escriba a quien consulté cuando descubrí mi higuera con diez higos y predijo con gran acierto el porvenir, ¡Bendigo su nombre, porque es grande su sabiduría! El día en que lo consulté me aconsejó que ofreciera mis higos al Faraón, único merecedor de tales delicias y me anunció que el décimo día, el bueno y el malvado serían colocados cada uno en su lugar y he aquí que Anzab, el administrador del palacio, ha sido encarcelado y que yo ocupo su sitio.
-      Todo está muy bien –replicó el Faraón,  pero te estás olvidando de darme el décimo higo.

Con gran  rapidez, Tefen entregó al faraón el décimo y último de los higos y lo disfrutó recreándose en su aroma y sabor.

Adaptación leyenda del Antiguo Egipto



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