domingo, 12 de enero de 2020

AGRICULTURA EDAD ANTIGUA


Para saber más

La agricultura de la Península Ibérica en la Edad Antigua






LA AGRICULTURA EN LA EDAD ANTIGUA SOBRE LA PENÍNSULA IBÉRICA


“Las orillas del Betis son las más pobladas ... Las tierras están cultivadas con gran esmero ... la región presenta arboledas y plantaciones de todas clases admirablemente cuidadas ... La Turdetania es maravillosamente fértil; tiene toda clase de frutos y muy abundantes; la exportación duplica estos bienes, porque los frutos sobrantes se venden con facilidad a los numerosos barcos de comercio”
Fragmento de Geografía (Estrabón)


La Edad Antigua  conocida como el periodo de la historia que se inicia con la aparición de la escritura y llega hasta la caída del Imperio Romano en el siglo V d. C, fue una etapa en la que la Península Ibérica, por su situación geográfica en el suroeste de Europa, abierta al océano Atlántico y al mar mediterráneo y su proximidad al norte de África, tan solo separada por el Estrecho de Gibraltar, fue recibiendo a lo largo de siglos infinidad de influencias que la convirtieron en todo un crisol de culturas con diversidad de tendencias, lenguas, valores, religiones y modos y estilos de vida.



En la Península Ibérica hace unos 3.000 años  a. C. habitaban, fundamentalmente, dos grupos humanos: los iberos, asentados en el sur y el este, y los celtas, que ocupaban el centro, el norte y el oeste y que se dedicaban mayormente  a la agricultura y la ganadería, aunque también practicaron el comercio. El mar Mediterráneo y la navegación por sus aguas se convirtió en especial protagonista y para la Península Ibérica se fue transformando progresivamente en la principal vía de entrada de estímulos y tendencias  culturales.

A partir del siglo IX a. C., desde diversos rincones del mar Mediterráneo llegaron a la Península Ibérica distintos  pueblos colonizadores de la Antigüedad, y que por este orden fueron fenicios, griegos, cartagineses y, finalmente, romanos, cuyo propósito era económico. Buscaban metales (cobre, plata, estaño, oro) y otros productos (salazones, pesquerías...). Todos ellos se establecieron en las costas de la Península Ibérica y fundaron multitud de  colonias que llegaron a ser importantes focos comerciales y cuyas actividades económicas estuvieron ligadas a la agricultura. El mar Mediterráneo en la Edad Antigua es considerado como cuna de la civilización. Por este mar ya había llegado la domesticación de plantas y animales que se inicio en el Neolítico y que los pueblos antiguos, que habitaron sus cosas, difundieron por la Península Ibérica.

Ánfora aceite (Murcia)

El estudio de la agricultura en la Edad Antigua resulta atrayente pero, también, dificultoso, ya que está condicionado porque la cantidad y calidad de los restos arqueológicos no han sido los más idóneos. No obstante, el estudio de dicha agricultura,  está basada principalmente  en datos directos obtenidos por la arqueología: semillas, frutos, excavaciones en asentamientos rurales, tumbas en necrópolis, restos cerámicos (ánforas, vasos, cazuelas, platos, cuencos…), morteros, moletas de piedra...

La presencia de fenicios, griegos, cartagineses  y romanos en la Península Ibérica llevó aparejada consigo la existencia de una actividad agrícola desde el mismo momento en que se establecieron en los distintos espacios que fueron ocupando. Obviamente, desde el punto de vista de la subsistencia, su primera necesidad fue la de alimentarse. Por tanto, las necesidades y posibilidades de alimentarse, ideó  la búsqueda de conseguir una explotación de los recursos agrícolas sobre los territorios donde se asentaron. Posteriormente, con el paso del tiempo, aquellos pueblos antiguos fueron desarrollando una importación de productos procedentes de otros lugares.

La actividad agrícola de aquellos antiguos pueblos colonizadores adquirió diversas formas de participación en la estructura económica. En opinión de los historiadores y estudiosos del tema, creen que hay que diferenciar modalidades distintas en cuanto a la función de la agricultura y que responderían a estímulos distintos. Igualmente, la actividad agrícola provocaría consecuencias distintas en los modos y formas de contacto con las personas nativas.


Bodega fenicia (Cádiz)

En primer lugar,  se habla de que habría una agricultura de autoabastecimiento para la alimentación de los habitantes que pertenecían a un asentamiento en particular, y en segundo lugar, existiría una agricultura destinada a la comercialización.

En un primer momento o fase de los asentamientos de estos pueblos antiguos fueron estableciéndose en un reducido territorio. Estos asentamientos son considerados como asentamientos rurales de pequeño tamaño.

Todo parece indicar, según los expertos investigadores, que los asentamientos rurales y el inmediatamente circundante, eran espacios no muy grandes que estarían parcelados en pequeñas propiedades de tierras fértiles destinadas a su cultivo. Esta forma sería resultado, probablemente, de una ocupación física de los propios colonos o de un reparto sistemático entre los mismos en el momento de la fundación del asentamiento. En algunos pueblos antiguos como los griegos, el reparto, parece ser que implicaba un acto administrativo.  


Vasija cartaginesa
Por otra parte, en muchas colonias griegas la apropiación de la tierra fue un elemento clave de lo que ciertos autores y estudiosos del tema llaman la comuna rural. Las comunas rurales aparecen como unidades de cierto número de propietarios de tierras que se reconocen y que estaban formadas por un conjunto de agricultores de acuerdo a un modo de organización del espacio del que formaban parte. Estas propiedades agrarias constituían el patrimonio de familias que generación tras generación se perpetuaban en el seno de las comunidades aldeanas, a través de la herencia y tradiciones muy antiguas.

En cuanto a los asentamientos urbanos, se sabe, igualmente, que  no eran  excesivamente grandes, que estaban ubicados en espacios de tierra fértiles y que dichos espacios de tierra debieron estar repartidos entre las personas que formaban parte de dichos asentamientos. De este modo cada persona tendría una propiedad que incluyera una casa y un pequeño huerto para su alimentación.

En una primera fase, la producción agrícola de aquellos pueblos antiguos tendría un carácter puramente de autoconsumo. Con el paso del tiempo, en los asentamientos  o territorios colonizados en la Península Ibérica y de manera paulatina, se fue destinando mayor cantidad de tierras al cultivo y, al mismo tiempo, con toda seguridad se irían cultivando toda una selección de especies para ir llegando a una especialización agrícola. La vid y el olivo, fueron, esencialmente, las especies que formaron parte de dicha especialización agrícola y que, poco a poco, fue generando un excedente de productos. Aquel excedente producido por los diferentes propietarios en sus tierras, sería intercambiado en un mercado de tipo diario o semanal, en la propia localidad y directamente entre los campesinos. De esta manera y con el paso del tiempo, los asentamientos  rurales circundantes se fueron integrando dentro de una estructura económica del entorno urbano.

Aquellas civilizaciones colonizadoras de la Península Ibérica, fueron estableciendo sus territorios urbanos en las cuencas fluviales y sus desembocaduras establecieron centros coloniales que estarían parceladas en unidades relativamente amplias y que aprovecharían para producir distintas variedades agrícolas que, con posterioridad, acabarían utilizando para comerciar. La propiedad de estas tierras sería particular, aunque sometidas probablemente a un sistema de impuestos del que sería beneficiaria alguna institución de poder o religiosa. Esencialmente, la explotación de estos huertos o parcelas sería de carácter familiar, aunque en las épocas de mayor actividad y necesidad se emplearía mano de obra ajena a las unidades familiares.


Monedas griegas acuñadas en Ampurias

En las colonias cartaginesas, la agricultura tuvo una gran importancia y los colonos de aquellas tierras fueron pequeños propietarios de terrenos agrícolas. Hoy día se sabe que los agricultores cartagineses se prodigaron en el cuidado y mantenimiento de sus tierras y que en sus explotaciones agrícolas destacaban la horticultura y la arboricultura. Las tierras eran trabajadas por esclavos y por hombres libres.  De la enciclopedia sobre agricultura que Magón, militar y escritor cartaginés, sabemos de los consejos técnicos prácticos sobre los tipos de suelos, el cultivo de cereales, olivos, vides y frutales, así como consejos sobre las técnicas de irrigación, injertos, podas, cuidado de huertos y la elaboración de vinos y aceite junto a la conservación y almacenaje de los frutos sobre la agricultura  cartaginesa.
Para los romanos, el cultivo de la tierra fue considerado de vital importancia y los agricultores imprescindibles en la comunidad política. El trabajo de la tierra tuvo una gran valoración tanto social como jurídica. De hecho había leyes que establecían penas gravísimas para aquel que destruyera los cultivos de un campo.

Los fuertes cambios que la cultura romana fue experimentando, trajo consigo otros importantes cambios que influyeron en la agricultura de la Península Ibérica. En este sentido, los agricultores cobraron especial importancia porque se esforzaron en idear nuevas técnicas o inventos que permitieron producir más de forma más rápida y barata. Igualmente, a la Península llegaron inventos nuevos de culturas lejanas. De todo ello, se produjo una explosión de recursos y herramientas que facilitaron el trabajo. Destacaron la segadora, animales de tiro, los nuevos sistemas de regadío, el barbecho, la parcelación regular y geométrica de las tierras, tipos de molino, etc. Si bien, hay que admitir que el mayor y más importante de los inventos  para la agricultura mundial a lo largo de los siglos y hasta nuestros tiempos fue invención del “arado romano”.

En general, se sabe que junto a una agricultura de regadío para el cultivo de hortalizas y árboles frutales, se dio una agricultura extensiva de secano destinada al cultivo de los cereales: cebada, avena y trigo.

En definitiva, fenicios, griegos, cartagineses y romanos, colonizadores de la Península Ibérica, tuvieron un papel muy importante en la alimentación. Su aportación fue  fundamental ya que difundieron todo un patrimonio alimentario que, a su vez, tenía sus orígenes en el extenso mundo cultural del Próximo Oriente.

Ánfora romana
En cuanto a los rasgos fundamentales que podemos destacar de la alimentación es el gran consumo de cereales: trigo, cebada, avena…Estos cereales se empleaban en preparados de panes, gachas y tortas de distintos sabores y formas.

Diversos textos históricos mencionan vergeles y huertos muy bien cuidados por estos pueblos colonizadores y todo parece indicar que cultivaron legumbres y frutos para su propio consumo. El consumo de legumbres incluía guisantes, lentejas, garbanzos y habas. En cuanto a las frutas se sabe que consumieron: manzanas, granadas, membrillos, ciruelas, almendras, pistachos, dátiles e higos. De igual manera, fueron hábiles recolectores de hierbas, raíces, tubérculos  y semillas que utilizaron para su alimentación.

Igualmente, los historiadores coinciden en señalar que hubo una gran producción agrícola en la Península Ibérica  de la vid y el olivo y cuyos productos, el vino y el aceite se consumieron ampliamente, junto al trigo. Estos tres productos, trigo, aceite y vino,  formaron una parte muy importante de las mercancías que se comercializaron y, además, se destinaron a la exportación.


Fuentes:


 “Cultivos y producción agrícola en la época Ibérica”. Natalia Alonso Martínez.

“El poblamiento rural fenicio en el sur de la Península Ibérica entre los siglos VI a III a.C.”  José Luis López Castro.

“Economía de la colonización fenicia y griega en la Península Ibérica”. Francisco Javier Fernández Nieto.

“La sociedad  campesina: del territorio rural al espacio cívico. Tierra y política en la Grecia antigua”. Julián Gallego.

“Fuentes literarias para la agricultura cartaginesa. El tratado de Magón”. Rodolfo Domínguez Petit






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