EL GRANADO, LAS GOLONDRINAS Y LAS ESTACIONES
Empezaba a sentirse el cambio de estación.
Presuroso como todos los años, sin hacer apenas ruido, ni aún permiso, el otoño llegaba con
su aire fresco, un perfume a tierra húmeda que envuelve el ambiente y una
delicada y suave luz del día que lo acorrala todo, que lo apaga todo. El otoño distinguido y necesario, después
de larga ausencia, llegaba silencioso y pretendido.
Sobre los viejos cables de los postes de la
luz las golondrinas en clan, el rocío sobre la tierra y las pequeñas plantas,
saludaban, sobre las primeras horas de la mañana, al ansiado otoño.
Tiernamente, las golondrinas y el otoño se
saludaron. Es un saludo breve y cortés. Repentinamente, presurosas y
excitadas levantan el vuelo para entablar su lucha dócil con el otoño. Es una
disputa perdida de antemano. El otoño vino para quedarse y sale ganador.
Sutilmente, transforma el ambiente apropiado para sí mismo. Las golondrinas,
después de conjurarse sobre los cables de la luz, vuelan como locuelas,
nerviosas y veloces para tomar el camino de la otra primavera. Primavera que
les espera con pasión.
A pie de suelo, el granado imperioso y
orgulloso, decide dar la bienvenida al otoño, la nueva estación. Para ello,
le regala su mayor y mejor tesoro, las granadas. Son las granadas del otoño.
Son el otoño de las granadas. Agradecido y paciente, el otoño, irá librando
al granado de su pesada prenda que será deleite para la vista de viajeros y
paseantes y placer para el paladar. Pero, también, lentamente, sosegado y
tranquilo va envejeciendo y decolorando las brillantes hojas del granado que
hace tiempo la primavera le obsequió con todo el cariño.
Mientras, las golondrinas quedaron
desterradas por el soberano y soberbio otoño y sobre un suelo cubierto de
hojas pálidas y marchitas, el, ahora, desdichado granado sin frutos y sin
hojas, contempla reposado al agonizante otoño que cubría el día con su más
negrura sombra.
Sacudido por el silencio sordo de un
cadavérico otoño, surge con fuerza atronadora el viento y el frío que
custodian la entrada del siempre presente invierno. Como siempre, llega
ruidoso y fortalecido.
La fuerza y vigor del invierno va librando
del pie del granado el montón de hojas secas que el otoño dejó. La brusca y
violenta voz del invierno pone en refugio a todo ser viviente. Todo se
esconde y todo enmudece.
Ante el impertinente, orgulloso y violento
invierno, el virtuoso paso del tiempo trae la olvidada y valiente primavera
que se presenta envuelta en verde y desprendiendo un aroma fresco y vivo. Su
luminosidad y claridad desafían al majestuoso invierno. Lo más minúsculo se
magnifica y pronto diminutos y brillantes verdes van cubriendo el suelo sobre
el pie del granado. Los árboles comienzan a despertar y abrazar a la atrevida
y decidida primavera y toman de la mano al sol. La luz primaveral comienza a
dominar el día.
El desfallecido granado fue cobrando vida. De
sus ramas comienzan a surgir pequeños
brotes verdes y sobre su tronco, hormigas, orugas y pequeñas arañas dibujan juegos y ajetreos.
Atraídas por el perfume y la juvenil luz de
los días, las mismas golondrinas vencidas por el otoño desaparecido y
acabado, regresan a su nueva primavera. El granado, fiel amigo, va brindando
como regalo sus más bellas y hermosas flores de pétalos de color carmesí
brillante, de color naranja y, también, el alimento de pequeños insectos que sobre sus hojas y flores se agitan y
revolotean las golondrinas.
Embrujado por la primavera se deja ver y
sentir el verano. El mismo verano que el cruel otoño, tiempo atrás, había
desterrado, modela todo un majestuoso granado verde de hojas lustrosas con
ramas semicolgantes y tallos erectos y empinados que tratan de alcanzar el
cielo. De aquella agraciada frondosidad, sobresalen exuberantes granadas
despidiendo destellos rojos amarillentos y anaranjados que brillan con luz
intensa que atraen a mosquitos, hormigas voladoras, saltamontes, polillas…y
que las golondrinas, con su característico vuelo rápido con cambios de
dirección repentina y su canto cautivante, débil y gorjeante capturan en el
aire perfumado en derredor del granado para alimentarse.
Como cada año el presuroso otoño va
apareciendo para ir acortando los días y apagando la luz natural del verano.
Poco a poco tinta las hojas del granado con tonos amarillos y anaranjado y
con su poderoso soplo va despojando de las flexibles y espinosas ramas. Pero
antes que aparezcan las siempre lluvias del otoño, las golondrinas en gran
grupo se lanzarán en vuelo en busca de su otra primavera.
Sobre el granado, las fuertes lluvias del
otoño agrietan las granadas maduras y se abren de forma natural. Sus semillas
carnosas en intemperie serán alimento de aves e insectos y su cáscara dura,
acartonada y agrietada será aprovechada por hongos y pequeños roedores.
Una nueva vez más, la misiva del tiempo se
habrá cumplido: “las golondrinas emigran y el granado queda desnudo sobre un
tapiz de hojas mortecinas”.
“Cuentos que todo es un cuento” (Pepe Marín)
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