LA AGRICULTURA EN LA EDAD ANTIGUA SOBRE LA
PENÍNSULA IBÉRICA
“Las
orillas del Betis son las más pobladas ... Las tierras están cultivadas con
gran esmero ... la región presenta arboledas y plantaciones de todas clases
admirablemente cuidadas ... La Turdetania es maravillosamente fértil; tiene
toda clase de frutos y muy abundantes; la exportación duplica estos bienes,
porque los frutos sobrantes se venden con facilidad a los numerosos barcos de
comercio”
Fragmento de Geografía (Estrabón)
La Edad Antigua conocida como el periodo de la historia que
se inicia con la aparición de la escritura y llega hasta la caída
del Imperio Romano en el siglo V d. C, fue una etapa en la que la Península
Ibérica, por su situación geográfica
en el suroeste de Europa, abierta al océano Atlántico y al mar mediterráneo y
su proximidad al norte de África, tan solo separada por el Estrecho de
Gibraltar, fue recibiendo a lo largo de siglos infinidad de influencias
que la convirtieron en todo un crisol de culturas con diversidad de tendencias,
lenguas, valores, religiones y modos y estilos de vida.
En la Península
Ibérica hace unos 3.000 años a. C. habitaban,
fundamentalmente, dos grupos
humanos: los iberos, asentados en
el sur y el este, y los celtas,
que ocupaban el centro, el norte y el oeste y que se dedicaban
mayormente a la agricultura y la
ganadería, aunque también practicaron el comercio. El mar Mediterráneo y la navegación
por sus aguas se convirtió en especial protagonista y para la Península Ibérica se fue transformando progresivamente en la
principal vía de entrada de estímulos y tendencias culturales.
A partir del siglo
IX a. C., desde diversos rincones del mar Mediterráneo llegaron a la
Península Ibérica distintos pueblos
colonizadores de la Antigüedad, y que por este orden fueron fenicios,
griegos, cartagineses y, finalmente, romanos, cuyo propósito era económico. Buscaban metales (cobre, plata, estaño, oro) y otros productos
(salazones, pesquerías...). Todos ellos se establecieron en las costas de la Península Ibérica y fundaron
multitud de colonias que llegaron a
ser importantes focos comerciales y cuyas actividades económicas estuvieron ligadas
a la agricultura. El mar Mediterráneo en la Edad Antigua es considerado como cuna de la civilización. Por este mar ya había llegado la domesticación de plantas y animales que se inicio en el Neolítico y que los pueblos antiguos, que habitaron sus cosas, difundieron
por la Península Ibérica.
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Ánfora aceite (Murcia) |
El estudio de la
agricultura en la Edad Antigua resulta atrayente pero, también, dificultoso,
ya que está condicionado porque la cantidad y calidad de los restos
arqueológicos no han sido los más idóneos. No obstante, el estudio de dicha agricultura, está basada principalmente en datos directos obtenidos por la arqueología:
semillas, frutos, excavaciones en asentamientos rurales, tumbas en necrópolis,
restos cerámicos (ánforas, vasos, cazuelas,
platos, cuencos…), morteros, moletas de piedra...
La presencia de
fenicios, griegos, cartagineses y
romanos en la Península Ibérica llevó aparejada consigo la existencia de
una actividad agrícola desde el mismo momento en que se establecieron en
los distintos espacios que fueron ocupando. Obviamente, desde el punto de
vista de la subsistencia, su primera necesidad fue la de alimentarse. Por
tanto, las necesidades y posibilidades de alimentarse, ideó la búsqueda de conseguir una explotación de los recursos agrícolas
sobre los territorios donde se asentaron. Posteriormente, con el paso del
tiempo, aquellos pueblos antiguos fueron desarrollando una importación de
productos procedentes de otros lugares.
La actividad
agrícola de aquellos antiguos pueblos colonizadores adquirió diversas formas
de participación en la estructura económica. En opinión de los historiadores
y estudiosos del tema, creen que hay que diferenciar modalidades distintas en
cuanto a la función de la agricultura y que responderían a estímulos
distintos. Igualmente, la actividad agrícola provocaría consecuencias
distintas en los modos y formas de contacto con las personas nativas.
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Bodega fenicia (Cádiz) |
En primer
lugar, se habla de que habría una
agricultura de autoabastecimiento para la alimentación de los
habitantes que pertenecían a un asentamiento en particular, y en segundo
lugar, existiría una agricultura destinada a la comercialización.
En un primer
momento o fase de los asentamientos de estos pueblos antiguos fueron
estableciéndose en un reducido territorio. Estos asentamientos son considerados
como asentamientos rurales de pequeño tamaño.
Todo parece
indicar, según los expertos investigadores, que los asentamientos rurales y
el inmediatamente circundante, eran espacios no muy grandes que estarían parcelados
en pequeñas propiedades de tierras fértiles destinadas a su cultivo. Esta
forma sería resultado, probablemente, de una ocupación física de los propios
colonos o de un reparto sistemático entre los mismos en el momento de la
fundación del asentamiento. En algunos pueblos antiguos como los griegos, el
reparto, parece ser que implicaba un acto administrativo.
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Vasija cartaginesa |
Por otra parte, en
muchas colonias griegas la apropiación de la tierra fue un elemento clave de
lo que ciertos autores y estudiosos del tema llaman la comuna rural.
Las comunas rurales aparecen como unidades de cierto número de propietarios
de tierras que se reconocen y que estaban formadas por un conjunto de
agricultores de acuerdo a un modo de organización del espacio del que
formaban parte. Estas propiedades agrarias constituían el patrimonio de
familias que generación tras generación se perpetuaban en el seno de las
comunidades aldeanas, a través de la herencia y tradiciones muy antiguas.
En cuanto a los asentamientos
urbanos, se sabe, igualmente, que no eran
excesivamente grandes, que estaban ubicados en espacios de tierra
fértiles y que dichos espacios de tierra debieron estar repartidos entre las personas
que formaban parte de dichos asentamientos. De este modo cada persona tendría
una propiedad que incluyera una casa y un pequeño huerto para su
alimentación.
En una primera
fase, la producción agrícola de aquellos pueblos antiguos tendría un carácter
puramente de autoconsumo. Con el paso del tiempo, en los asentamientos
o territorios colonizados en la
Península Ibérica y de manera paulatina, se fue destinando mayor cantidad de
tierras al cultivo y, al mismo tiempo, con toda seguridad se irían cultivando
toda una selección de especies para ir llegando a una especialización
agrícola. La vid y el olivo, fueron, esencialmente, las
especies que formaron parte de dicha especialización agrícola y que, poco a
poco, fue generando un excedente de productos. Aquel excedente producido por
los diferentes propietarios en sus tierras, sería intercambiado en un mercado
de tipo diario o semanal, en la propia localidad y directamente entre los
campesinos. De esta manera y con el paso del tiempo, los asentamientos rurales circundantes se fueron integrando
dentro de una estructura económica del entorno urbano.
Aquellas
civilizaciones colonizadoras de la Península Ibérica, fueron estableciendo
sus territorios urbanos en las cuencas fluviales y sus desembocaduras
establecieron centros coloniales que estarían parceladas en unidades
relativamente amplias y que aprovecharían para producir distintas variedades
agrícolas que, con posterioridad, acabarían utilizando para comerciar. La
propiedad de estas tierras sería particular, aunque sometidas probablemente a
un sistema de impuestos del que sería beneficiaria alguna institución
de poder o religiosa. Esencialmente, la explotación de estos huertos o
parcelas sería de carácter familiar, aunque en las épocas de mayor actividad
y necesidad se emplearía mano de obra ajena a las unidades familiares.
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Monedas griegas acuñadas en Ampurias |
En las colonias
cartaginesas, la agricultura tuvo una gran importancia y los colonos de
aquellas tierras fueron pequeños propietarios de terrenos agrícolas. Hoy día
se sabe que los agricultores cartagineses se prodigaron en el cuidado y
mantenimiento de sus tierras y que en sus explotaciones agrícolas destacaban
la horticultura y la arboricultura. Las tierras eran trabajadas por
esclavos y por hombres libres. De la enciclopedia sobre agricultura que Magón,
militar y escritor cartaginés, sabemos de los consejos técnicos prácticos
sobre los tipos de suelos, el cultivo de cereales, olivos, vides y frutales,
así como consejos sobre las técnicas de irrigación, injertos, podas, cuidado
de huertos y la elaboración de vinos y aceite junto a la conservación y
almacenaje de los frutos sobre la agricultura
cartaginesa.
Para los romanos, el
cultivo de la tierra fue considerado de vital importancia y los agricultores
imprescindibles en la comunidad política. El trabajo de la tierra tuvo
una gran valoración tanto social como jurídica. De hecho había leyes que establecían
penas gravísimas para aquel que destruyera los cultivos de un campo.
Los fuertes cambios
que la cultura romana fue experimentando, trajo consigo otros importantes
cambios que influyeron en la agricultura de la Península Ibérica. En este
sentido, los agricultores cobraron especial importancia porque se esforzaron
en idear nuevas técnicas o inventos que permitieron producir más de
forma más rápida y barata. Igualmente, a la Península llegaron inventos
nuevos de culturas lejanas. De todo ello, se produjo una explosión de
recursos y herramientas que facilitaron el trabajo. Destacaron la
segadora, animales de tiro, los nuevos sistemas de regadío, el barbecho, la
parcelación regular y geométrica de las tierras, tipos de molino, etc. Si
bien, hay que admitir que el mayor y más importante de los inventos para la agricultura mundial a lo largo de
los siglos y hasta nuestros tiempos fue invención del “arado romano”.
En general, se sabe
que junto a una agricultura de regadío para el cultivo de hortalizas y
árboles frutales, se dio una agricultura extensiva de secano destinada
al cultivo de los cereales: cebada, avena y trigo.
En definitiva, fenicios,
griegos, cartagineses y romanos, colonizadores de la Península Ibérica,
tuvieron un papel muy importante en la alimentación. Su aportación fue fundamental
ya que difundieron todo un patrimonio alimentario que, a su vez, tenía sus
orígenes en el extenso mundo cultural del Próximo Oriente.
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Ánfora romana |
En cuanto a los
rasgos fundamentales que podemos destacar de la alimentación es el gran
consumo de cereales: trigo, cebada, avena…Estos cereales se empleaban en
preparados de panes, gachas y tortas de distintos sabores y formas.
Diversos textos históricos mencionan vergeles
y huertos muy bien cuidados por estos pueblos colonizadores y todo parece
indicar que cultivaron legumbres y frutos para su propio consumo. El consumo
de legumbres incluía guisantes, lentejas, garbanzos y habas.
En cuanto a las frutas se sabe que consumieron: manzanas, granadas, membrillos, ciruelas, almendras, pistachos,
dátiles e higos. De igual manera, fueron hábiles recolectores de hierbas, raíces, tubérculos y semillas que utilizaron para su
alimentación.
Igualmente, los historiadores coinciden en
señalar que hubo una gran producción agrícola en la Península Ibérica de la vid
y el olivo y cuyos productos, el vino y el aceite se consumieron ampliamente, junto al trigo. Estos tres productos, trigo, aceite y vino, formaron una parte muy importante de las
mercancías que se comercializaron y, además, se destinaron a la exportación.
Fuentes:
“Cultivos y producción agrícola en la época Ibérica”.
Natalia Alonso Martínez.
“El poblamiento rural fenicio en el sur de la Península
Ibérica entre los siglos VI a III a.C.”
José Luis López Castro.
“Economía de la colonización fenicia y griega en la
Península Ibérica”. Francisco Javier Fernández Nieto.
“La sociedad
campesina: del territorio rural al espacio cívico. Tierra y política en
la Grecia antigua”. Julián Gallego.
“Fuentes literarias para la agricultura cartaginesa.
El tratado de Magón”. Rodolfo Domínguez Petit
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